miércoles, abril 28, 2010

Y los beats se cocieron en sus tanques

En agosto de 1944, un joven asesinó y arrojó al río Hudson al hombre que lo había acosado durante años, desencadenando el fenómeno conocido como generación Beat. Hoy, 66 años después, Anagrama lanza al mercado la versión en español de la novela que Jack Kerouac y William Burroughs escribieron en 1945 basándose en los hechos ocurridos en aquel verano iniciático. A continuación, el primer melodrama beat.


Por Pedro Casusol

Si no sabe quién escribió “En el camino”, si no sabe bajo los efectos de qué droga William Burroughs escribió aquel magnífico y a la vez incomprensible libro llamado “El almuerzo desnudo”, si no sabe qué le dijo Martín Adán a Allen Ginsberg cuando se lo encontró en el Cordano: pase la página, ignore este artículo, su lectura no le servirá y a lo mucho se sentirá ofuscado y confundido, por no decir escandalizado. Aquí se hablarán de personajes y de situaciones con las que usted no está familiarizado, de juegos mentales y de prácticas sexuales que lo sobrepasan.
“Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques”, publicado originalmente en inglés por Penguin Classics, ya era un libro de culto hace 40 años. Se trata nada más y nada menos que de la primera novela de Jack Kerouac y William Burroughs al mismo tiempo, una obra escrita a cuatro manos mucho antes de que se hicieran famosos, mucho antes de que el término beat fuera acuñado, mucho antes de que Kerouac emprendiera su viaje tirando dedo a lo largo y ancho de Estados Unidos y mucho antes de que Burroughs se volviera adicto a la heroína. Se trata de la novela que habla de la prehistoria de la generación Beat y del asesinato que los marcó para siempre como escritores.
Existe una cantidad suficiente de entrevistas, biografías, cartas y memorias como para que las personas en las que se basaron Jack Kerouac y William Burroughs para construir los personajes de esta novela sean perfectamente reconocibles. De hecho, la imagen de Lucien Carr apuñalando a David Kammerer, quien había sido su monitor cuando era boy scout para luego convertirse en su acosador personal, y arrojando luego el cadáver lleno de piedras al río Hudson, es una de las que Kerouac más ha recreado en sus novelas: aparece tanto en su primera novela publicada, “La ciudad y el campo”, como en la última, “La vanidad de los Duluoz”.
La historia detrás la novela va más o menos así: Lucien Carr fue el responsable de que la cúpula, es decir, los tres escritores más representativos de la generación Beat, Jack Kerouac, William Burroughs y Allen Ginsberg, tuvieran un primer encuentro. Bajo esta premisa, vale la pena mencionar que Carr era para ellos la reencarnación misma de Rimbaud, l´enfant terrible de su generación. Para 1944, este guapo jovenzuelo de 19 años ya se había convertido en la musa de Ginsberg y Kerouac, organizando fiestas aburridas en las que se comía su propio vaso de cerveza, arrancaba páginas de la Biblia o metía a Kerouac en un barril y lo lanzaba Broadway abajo.
A Burroughs, sin embargo, le caía mejor Kammerer, a quien había conocido hacía muchos años cuando ambos iban al mismo colegio en Saint Louis. Para entonces, la relación amical entre Kerouac, Burroughs y Ginsberg aún no estaba constituida y si se frecuentaban era alrededor de este pequeño Rimbaud, siempre seguido de cerca por su Verlaine personal. Y tal como lo describe Will Dennison, el personaje de Burroughs en la novela: “Cuando se juntan los dos siempre pasa algo”. Era verano de 1944 y la relación obsesiva entre Kammerer y Carr se había vuelto demasiado intensa, y así como Verlaine terminó disparando a Rimbaud, Carr terminó apuñalando a Kammerer.
Por este crimen, Burroughs y Kerouac fueron arrestados por la policía y obligados a pagar una fianza de 2,500 dólares, ya que fue a ellos a quienes acudió Lucien la mañana del 14 de agosto, luego de haber cometido el asesinato. “Anoche me deshice del viejo”, fue lo que le dijo a Kerouac. En el caso de Burroughs, su familia tenía dinero y así él pudo evitar la cárcel; Jack, en cambio, tuvo que casarse con su entonces novia, Edie Parker, para que la familia de ella aceptase pagar la fianza.
¿Pero de qué va este libro de culto que oscila entre la novela negra y el lamento existencialista? Para empezar, está escrito con mucha soltura, la historia engancha hasta el final y en ella podemos ver a un Burroughs que apenas se inyecta morfina una vez y a un Kerouac de 22 años que no está obsesionado ni con Neal Cassady ni con la carretera, si no más bien con el mar. Jack sirvió en la marina de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y escribió un libro aún inédito llamado “The sea is my brother”. Pues bien, durante esta novela Mike Ryko (Kerouac) quiere volver a alta mar y convence a Phillip Tourian (Carr) para que lo acompañe en su aventura, ya que éste segundo quiere escapar de Ramsay Allen (Kammerer), el treintañero que lo ama y lo sigue como un perro faldero, mientras todo esto es visto desde la cínica mirada de Will Dennison (Burroughs) quien se resigna a pagarles la juerga a sus amigos. Y en el entretiempo de todo esto, somos testigos de borracheras, peleas, momentos tanto de extrema lucidez como de locura, personajes sumergidos en los bajos fondos, tronchos y una obsesión homosexual que lo envuelve todo.
Es simbólico, además, y vale la pena subrayarlo, que los sucesos de la novela transcurran durante la Segunda Guerra Mundial, siendo los escritores de la generación Beat los exponentes más representativos de la literatura norteamericana de la segunda posguerra. Sobra decir que, en su momento, nadie quiso publicar la novela escrita por dos desconocidos sobre un crimen intrascendente. Lucien Carr salió en libertad tras pasar un par de años en la correccional de Elmira y les prohibió a sus amigos que le dedicaran libros o lo mencionaran en sus novelas, y es por eso que este texto pasó tanto tiempo “debajo de las tablas del suelo”, según palabras de Jack, hasta la muerte de Carr hace dos años. El resto es historia: Kerouac publicó “En el camino” y fue considerado el rey de los beatniks, Burroughs se volvió yonqui y escribió su obra maestra encerrado en un hotel en Tánger, Ginsberg escribió el “Aullido” bajo los efectos del peyote, y los beats se cocieron en sus tanques.

viernes, abril 23, 2010

El álbum familiar de Noé

Es papá, mamá, hijo, hermana, abuelo y hasta bisabuela, todo al mismo tiempo. Noé Bermejo, artista leonés de 26 años, recrea ceremonias familiares mientras sufre una serie de transformaciones en su taller, en Valencia. Pase y conozca al hombre detrás de su metamorfosis.

Por Pedro Casusol



Encontramos a Noé Bermejo sentado en un café de Benimacet, barrio de Valencia donde trabaja. Está vestido con una camisa estampada con pequeñas flores, una chompa roja y un jean azul holgado; una barba le cubre la cara y lleva impresa bajo el bigote una sonrisa de un millón de dólares. Pide un café y unas tostadas con tomate. Así, luego de saludarnos y tomar asiento, espero muy quieto que comience su transformación. ¿En qué momento pasará de ser el risueño joven que se ríe a ser la madre dispuesta a cuidar a su primogénito hasta el último día de su vida, o el niño vestido de marinerito –como Quico, así se estila en España– a punto de hacer su primera comunión?
Noé Bermejo es dulce, guapo e inspira tanta confianza que mi novia ya se quiere quedar en Valencia. Su taller queda a pocas cuadras del café y es ahí donde guarda sus disfraces: vestidos, ternos, chalecos y hasta un traje de novia que alguien encontró en la basura –y es que aquí se recicla todo–. Su transformación más grande, sin embargo, ocurrió hace años. A los veinte, Noé pesaba cincuenta kilos más y había vivido escondido de la cámara por una década.
Su primera serie fotográfica, “Los primogénitos”, fue un trabajo universitario en el que Noé se autorretrató por primera vez interpretando distintos modelos de la masculinidad española. “Para mí son las fotos más violentas, las más duras. Surgieron de forma casi terapéutica”, confiesa. Fue como si un día Noé se levantara y dijera: vamos a enfrentarnos a la imagen que generamos, vamos a sentarnos delante de la cámara y ver qué pasa. Tras esta experiencia, siguió trabajando con fotografía y utilizando su propio cuerpo como materia prima.
Hoy su trabajo consiste en lo siguiente: Noé encuentra algún retrato familiar que ha ido rodando por la casa de sus padres como figurita Navarrete olvidada, decide llevarla a su estudio, armar el escenario, conseguir la indumentaria apropiada y autorretratarse imitando a sus antepasados; no importa si en la foto original aparece su tía lejana, su abuela o su madre casándose, él no tiene problema en travestirse. Ese el homenaje que Noé le hace a su familia y es a la vez una provocación. “Me interesan esos dogmas que el álbum de familia se empeña en inculcarnos, este orden que establece”, afirma. En su trabajo más reciente, Bermejo pintó a mano una escenografía como las de antaño y capturó una foto en donde él es toda la ficticia familia Elegancia: padre, madre, hermano, hermana y hasta bebé recién nacido.
Para sus exposiciones utiliza muebles de anticuario y coloca sus fotos en pequeños cuadros de marco rococó. “Esta serie que estoy haciendo funciona por acumulación. Mientras más barroco y mientras más personajes, mejor”, asegura. Las instalaciones de Noé se parecen mucho a la casa de mi tía Gertrudis, excepto que en todos y en cada uno de estos cuadros está retratada la misma persona con la asombrosa capacidad de multiplicarse. Lo que Noe Bermejo trata decirnos con esto es que se puede construir toda una personalidad a través de la ropa y de la pose. Porque hablar de roles es hablar de lugares comunes y un álbum de familia es un lugar común por excelencia. “Eso que te da valor e independencia al final es mentira, es súper común y mi álbum de familia es exactamente igual que el tuyo. Mi tía casándose es igual a tu tía casándose”, concluye, dándole la estocada final a nuestros recuerdos.

martes, abril 20, 2010

En el Mudam, hace algunas semanas